Esta semana la realidad del cambio, que está ocurriendo me llegó de muy cerca. La teoría ya la sabía. Lo que no sabía era lo mal que se pasa cuando te enfrentas con la realidad que tienes delante y no puedes hacer nada. Tienes todo lo que necesitas para hacer cambios, para que esa realidad cambie. Sin embargo, esas personas a las que quieres ayudar no pueden ver donde tú estás. Niegan tus destrezas. No creen en que, si todo lo que somos, pensamos, sentimos y hacemos es energía esa energía se puede cambiar y mover de un lado a otro.
Estas situaciones son dolorosas de aceptar, porque los que podemos ver y hacer tenemos que ser solo observadores, ya que los implicados en la situación no ven lo que vemos nosotros y tampoco creen en ello si se lo explicáramos. Hemos de aceptar que nadie puede vivir la vida de los otros; cada uno tiene que vivir la suya. No somos aceptados cuando queremos ayudar, porque no entienden nuestra ayuda. Sin embargo, aceptan lo que conocen, aunque sepan que lo han hecho mal en el pasado y quizá lo estén haciendo mal ahora. El miedo es poderoso. Cuando no te conoces, es aún más poderoso, porque el miedo te quita las armas que puedas tener y te deja al desnudo de cualquier ayuda, solo tienes lo que el miedo te obliga a creer. En momentos cruciales no tienes claridad de mente, solo miedo. Lo desconocido también da miedo. Por regla general la gente se aferra a lo conocido, aunque sepa que no es bueno.
La visión de unos y otros crea una división dolorosa cuando se trata de familia o aquellos cercanos. No es culpa de nadie. Es como es. Cada uno ve lo que ve desde plataformas y perspectivas diferentes y ahí está la división. Los que están en la situación difícil, el miedo les paraliza y se dejan llevar por donde les lleven. A los cercanos: familia, amigos u otros, no se les permite comentar que hay opciones. Para todo hay opciones, no una sino varias.