En mi último post hablaba sobre si de verdad conocemos a los demás. Quienes reflexionasteis sobre aquel texto seguro que descubristeis también muchas cosas de vosotros mismos que hasta entonces habían pasado desapercibidas. Ahora os propongo ir un paso más allá: conoceros en mayor profundidad.
Cuando nos observamos, solemos creer que nos conocemos bien, que sabemos lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. Tenemos razones para justificarlo y nos aferramos con fuerza a nuestras ideas. Sin embargo, si nos adentramos en nuestro interior y dejamos a un lado todo lo que proviene del exterior, pronto veremos que muchas de nuestras creencias son en realidad irrelevantes, aunque nos parezcan importantes.
El verdadero cambio comienza cuando nos abrimos con honestidad y preguntamos sin miedo, aceptando cualquier respuesta que pueda surgir. No siempre resulta fácil aceptar que lo que encontramos no coincide con lo que pensábamos. Tampoco lo es reconocer las oportunidades que se han presentado y las que hemos perdido por permanecer atrapados en creencias heredadas o limitantes.
La humildad abre caminos, la soberbia los bloquea. La honestidad duele, pero despierta. Las preguntas difíciles nos conducen hacia sendas escondidas que el miedo nos había impedido recorrer. Respiramos hondo y, con valentía, nos atrevemos a caminar por ellas. Lo que descubrimos en ese trayecto nos ayuda a comprendernos y a saber quiénes somos. Toda la información está en el silencio de nuestro interior, no en el ruido y el bullicio de fuera.
Si has llegado hasta aquí, hazte algunas preguntas:
¿Dónde estás? ¿En qué camino te encuentras? Porque hay muchos.
¿Cuáles son tus miedos? Suéltalos: son obstáculos que te limitan.
¿Qué sentimientos tienes hacia ti mismo? Es fundamental saberlo para elegir el camino adecuado.
¿Dónde está tu autoestima? Cuídala, es la que te da fuerza.
¿Cuánto te quieres? Esa respuesta define quién eres.
Sigue buscando. La información llega justo cuando estás preparado para recibirla.
Yo soy la fuerza de la vida y tú también.
