Si nos observamos con atención, pronto nos daremos cuenta de cuantas veces pensamos o hablamos acerca de lo que nos molesta de los otros. Podríamos incluir aquí un sinfín de ejemplos: quejas sobre familiares, amistades, vecinos, compañeros de trabajo, lo que vemos en la calle, o incluso sobre el mundo social y político. La lista es interminable.
Con frecuencia escucho comentarios cargados de crítica, seguidos por opiniones que reflejan la percepción particular de quien habla. Lo curioso es que, de algún modo, todos creemos saber hacerlo mejor que los demás. La arrogancia, muchas veces inadvertida por quien emite el juicio, da por sentado que lo que dice es una verdad absoluta.
Ya sabemos que todos somos espejos unos de otros, y que aquello que nos molesta en los demás suele ser algo que también llevamos dentro, aunque aún no lo hayamos reconocido.
Sería muy beneficioso, ante estas situaciones, dirigir la atención hacia el interior y buscar esa chispa, ese fuego, que activó nuestra reacción. Si logramos identificarlo, ese es el momento de atender esa parte de nosotros. Y de agradecer lo que nos impulsó a detenernos y mirar hacia adentro. Si no la encontramos, simplemente permanezcamos atentos, y cuando vuelva a suceder, busquemos nuevamente.
Si te propones hacer este sencillo ejercicio hasta que tu mente deje de llevarte a criticar o juzgar, habrás soltado una carga inmensa que llevabas sin darte cuenta. Pero si decides hacerlo, hazlo con honestidad hacia ti mismo.
Los pueblos originarios de Norteamérica tienen un dicho: “No hables mal de nadie hasta que no hayas caminado una milla en sus zapatos.”
Yo soy la fuerza de la vida, y tú también.
