«Yo era una alumna de español, en uno de los Centros de Educación para Adultos en Caterham. Adelita era la profesora.
Una mañana, Angela, una de las estudiantes, vino a la clase con mucho dolor. Ella sufría de mala salud y ella y su marido siempre parecían estar acosados por la mala suerte. Sin embargo, ella era una persona encantadora y todos la estimábamos mucho; así que, esta mañana en particular, cuando el dolor empeoró y Angela decididió que se tendría que ir a casa, todos estábamos muy tristes.
Adelita le pidió que esperara un momento y nos dijo que pensaba que podía ayudar a Angela. Nos explicó que ella era sanadora y nos preguntó si nos importaba si le daba sanación a Angela. Si teníamos algo “contra ésto” nos pidió que saliéramos a tomar un café; si teníamos la mente abierta que nos mantuviéramos sentados en silencio y si lo deseábamos podríamos enviar a Angela buenos pensamientos. Nosotros miramos y vimos a Angela relajarse completamente al pasarle Adelita las manos por encima de ella, sin tocarle, pero a una distancia de algunos centímetros de su cuerpo.
Después de 15-20 minutos (el tiempo nos pareció paralizarse). Adelita se apartó hacía atrás y Angela abrió los ojos lentamente y parpadeó como si se despertara de un sueño. “El dolor se ha ido” dijo sorprendida “Realmente se ha ido”. Nos contó como había sentido el calor de las manos de Adelita auque no le tocaban. Volvió a su asiento en la clase, con aire de perplejidad, pero expresando su agradecimiento y la gente empezó a pregurtarle a Adelita sobre lo que había hecho. Habían transcurrido dos o tres minutos cuando oímos una pequeña exclamación de Angela. De repente se había dado cuenta de que un dolor que tenía en el hombro con el que había aprendido a vivir, había desaparecido también.»